sábado, 25 de septiembre de 2010

Tarde para la historia












«Serpentino» le aguardaba al otro lado de la puerta. Aquel toro ensabanado de Osborne con dos descarados pitones convertiría a Sandra Moscoso en matadora de toros. Décima mujer en la historia del toreo que lo consigue. Se le intuía la emoción. Y la contagió. Nos hizo partícipes a todos de ese pedacito de historia que estábamos viendo en la sierra gaditana de Ubrique.
Sandra siguió al pie de la letra la liturgia y se atavió un terno blanco y oro para el gran día. La gran cita, que había comenzado tantos años atrás. Las vocaciones del toreo de siempre se amasaron en la infancia. Hizo la novillera el paseíllo sin la montera, descubierta, ante su primera tarde como matadora de toros. «Serpentino» no era el toro al uso para la alternativa, sí era estrechito de sienes, pero serio de pitones.

Salió pronto a recibirlo Moscoso, airosas las verónicas, una chicuelina y tal vez una media, pero la mejor llegó en el cierre del quite a la verónica. Y se hizo el silencio más silencioso para intentar escuchar lo que era imposible: la ceremonia. Las palabras que Finito, padrino, dedicó a Sandra en presencia de Padilla, que era el testigo. Comenzó la voluntariosa faena a un toro noble, al que le costó descolgar. Los mejores momentos llegaron al natural y acabó de calentar con adornos.

Casi era de noche cuando volvió su turno. Y saltó un toro bravo que transmitía, pero había que estar. Y la toricantana estuvo. Se asentó y toreó resuelta y encajada por momentos, sobre todo por la diestra. Sorprendente faena con tan sólo una novillada en la temporada.

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